HAZTE LA VICTIMA Y GRITA CENSURA:El decálogo de Pamies (2)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Uno de los mayores problemas de intentar desenmascarar a personas como Pamies es que, en este país, lanzar ataques contra alguien hace aflorar en mucha gente el instinto de Quijote y provoca una reacción de simpatía hacia el atacado. Una manifestación de una Universidad, una prohibición de un ayuntamiento o un desmentido de una asociación contra el cáncer son difíciles de asumir cuando se carece de argumentos, así que lo mejor es poner ojos de cordero degollado y jugar la táctica de dar lástima.

Nada más comenzar, el aspecto de Josep Pamies rezuma humildad: un hombre mayor casi calvo, con ropa sencilla, aspecto benévolo, rostro bonachón, voz calmada y sin estridencias, el perfecto abuelito del campo, todo muy lejano de cualquier imagen de arrogancia académica. Desde el principio deja claro que ni es un científico ni pretende serlo, sino que sabe lo que ha aprendido en su finca. De vez en cuando hace alusiones a los científicos que le atacan o la gente que le censura, casi con lástima, como compadeciéndose de todos aquellos que le cuestionan. Una de sus primeras sugerencias que hizo al público fue “sed pacientes, no pesados.” Es decir, les anima a que vayan convenciendo poco a poco, sin molestar apenas; lo que en el fondo viene a decir a) que los pesados son otros y b) que nuestra verdad al final acabará brillando.

Durante su charla puso varios casos que se engloban dentro del marco de victimismo, el “mirad qué le hacen a esta pobre gente.” Un ejemplo fue el de Txumari Alfaro, al que “echaron” de televisión supuestamente por censura. Por supuesto, no aclaró si lo echaron por sugerir que era bueno beberse la propia orina, se fue él de una televisión a otra según le interesase, o sencillamente tuvo poca audiencia, pero eso de “le echaron” quedó muy bien para ir fomentando el victimismo conspiranoico.

La cosa fue subiendo de tono, y en diversas ocasiones Pamies se refirió a sus contrincantes como las bestias. “Las bestias atacan fuerte, están creciendo,” dijo. En la misma charla aludió a su dolencia, que estuvo a punto de llevarlo a la tumba y de la que él salió gracias a sus remedios naturales. Para él, ese tiempo extra que tiene es como un regalo. “Vivo de prestado,” afirmó, pero no lo dijo como agradecimiento sino para dar la impresión de que está de vuelta de todo y de que no teme a la bestia.

Porque la frase que dijo fue “vivo de prestado, y no me importa que me maten.” ¿Que le maten? ¿Quién? ¿Yo con un fusil de mira telescópica? ¿Las hordas de indignados contra el señor Pamiés que se agolpaban en la puerta? ¿Un hitman de la multinacional más cercana? Vamos, señor mío, yo también he tenido en mi familia gente a las puertas de la muerte que luego vivieron años y años, pero no lo consideraban “de prestado” sino como un regalo; y no iban haciéndose las víctimas precisamente.

Antes de su llegada, diversos diarios granadinos hiciesen eco de la protesta científica contra Pamies. Sin arredrarse, él lo convirtió en una campaña en su contra por parte del grupo Vocento, y con algo de ironía dio gracias a la periodista del diario IDEAL por “provocar la reacción contraria.” Cuando llegó el apartado de preguntas un periodista afirmó conocer a la compañera de IDEAL, a la que calificó de persona que no tiene ni idea, y la acusó de estar presionada. Créanme si les digo que las personas que formamos la comunidad escéptica, promotores del cierre de los espacios públicos al señor Pamies, ni de lejos tenemos esa capacidad de presión.

Por supuesto, ese no es obstáculo para jugar una poderosa carta: la de la censura. Afirmar que alguien te está censurando es un mensaje implícito de que uno debe tener razón (si no, ¿por qué me están censurando), al tiempo que refuerza esa imagen victimista del pobre David contra el poderoso Goliat. Ladran, luego cabalgamos, debe ser la divisa.

De hecho, resulta que es literamente la divisa. En Ladran luego cabalgamos, un post publicado en su blog una semana antes de su charla de Granada, Josep Pamies afirmó que (cito) “les molesta a gente muy sesuda que gente ignorante como yo, puedan ir de ciudad en ciudad dando charlas y estableciendo diálogos” (para que quede bien claro a qué se refiere, incluye un enlace al Manifiesto publicado en Naukas contra la cesión de espacios públicos para sus charlas).

No fue, por supuesto, la única vez que aludió a la censura impuesta por la bestia. En su ruta de conferencias se deja claro que la charla de Granada “se debía celebrar en el Teatro Municipal José Tamayo de Granada y que ha sido prohibida a última hora por el Ayuntamiento de esta ciudad” (en mayúscula y en rojo en el original). Poco después, agradeció a los organizadores el haber encontrado locales alternativos (cito) “para suplir la negativa de accesos a locales públicos a los cuales tenias derecho.” En cuanto a la charla de Cáceres, afirmó tuvo que cambiarse el local “como consecuencia de las presiones durísimas que tenía que afrontar el alcalde de Cáceres para que se prohibiera el acto en lugar público.”

Ya puede ver el patrón. Las universidades y los ayuntamientos le cierran la puerta cada vez con mayor frecuencia, pero él se limita a usarlo a favor y se queja de que “van buscando cómo prohibirnos los espacios públicos,” como si tuviese un derecho divino a usar cualquier instalación pública para lo que, a la postre, es una actividad privada lucrativa.

Pero tal derecho divino no existe. Si yo, profesor en una Universidad pública, quiero usar un aula para dar una charla, tengo que solicitarla y someterla a aprobación. Los gestores, que para eso están, decidirán si resulta procedente o no; y si me la niegan, siempre puedo pagarme una sala privada de mi bolsillo. Gritar “censura” no es más que un acto infantil del que no recibe lo que quiere.

Arturo Quirantes

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